El videojuego también es política

Politica

Cuando era niño, la política me parecía poco menos que un ente abstracto que inundaba las conversaciones de los adultos. Mis primeros recuerdos en casa de mis abuelos están salpicados por el murmullo del televisor que de forma puntual me despertaba. Eran las siete de la mañana y cuando cruzaba el pasillo que conectaba el dormitorio con el salón ya veía por el rabillo del ojo a mi abuelo sentado en aquel sillón de piel que años después seguiría recordándome a él, absorto a lo que narraba el periodista del telediario.

Mis escarceos con la política en la niñez fueron contados, como corresponde a esa edad. Un día al salir del colegio, entre el bullicio de voces y mochilas tan grandes que sobresalían por encima de las cabezas, una niña de clase caminaba a mi lado mientras repetía el discurso que probablemente había escuchado en casa. Su padre era concejal del ayuntamiento y, quizás por esa condición, había inculcado en la mente de su retoño todo un argumentario político que ni ella comprendía. Me hablaba sobre lo terrible que era Aznar o lo mucho que le apasionaba Zapatero. Teníamos diez años y no entendía ni una sola palabra que salía por su boca. Eran nombres que en mi mente no representaba nada, palabras vacías de significado a las que no conseguía dar forma. Hasta ese momento y durante mucho tiempo después, la política era ajena a a mi entorno, por lo que era lógico que no me interesase.

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Por supuesto, eso cambió en las Elecciones Generales de 2015 y un año antes en las del Parlamento Europeo. A nadie se le olvida la primera vez que vota y hace uso de su derecho como ciudadano. Estaba ilusionado, me leí todos los programas electorales de los partidos y, como me ocurría a mí, la propia política parecía haber dado un vuelco con la irrupción de Podemos y Ciudadanos. Las protestas del 15-M habían suscitado un interés por la política como nunca había ocurrido en nuestro país. De repente el debate se había llevado a las calles, los colegios e incluso a las cenas familiares. Queríamos cambiar el mundo y fue ese mundo el que nos cambió. Generaciones anteriores habían sido educadas en el silencio, pues se trataba de una esfera a la que no pertenecíamos. Como españoles votábamos cada cuatro años precisamente para poner esos asuntos poco terrenales en manos de los políticos y despreocuparnos, pero pasamos de ocultar nuestras preferencias ideológicas a involucrarnos en la agenda política.

Es imposible ser ajeno a esto. Ya no soy aquel niño cuya única preocupación era terminar los deberes de matemáticas y la equidistancia cuando se tratan temas que condicionan nuestra forma de vida es una utopía. Sin pretenderlo, nuestros actos ya denotan una ideología que configura la forma que tenemos de ver lo que nos rodea. Debe ser así o de lo contrario pasaríamos por el mundo de puntillas. Por eso, cuando en la última Madrid Games Week la Asociación Española de Videojuegos (AEVI), parte organizadora del evento, recibió a Iván Espinosa de los Monteros y a Rocío Monasterio, portavoces de VOX, la reacción no se hizo esperar. El evento por antonomasia sobre videojuegos en nuestro país había desplazado la atención durante las horas posteriores al tuit hacia el ámbito político, en lugar de la celebración para nuestra industria que supone llevar a cabo una feria así con una asistencia en alza.

¿Por qué la entidad que representa a los principales desarrolladores, distribuidores y ‘retailers’ de videojuegos en España había dado espacio a un partido político con un mensaje que para muchos denota una declaración ideológica? ¿Era una muestra de apoyo a una formación polémica por sus propuestas enmarcadas en la extrema derecha? Entre las respuestas, algunos usuarios mostraron su descontento clamando que «flaco favor hacéis a vuestro propio sector aceptando a esos fascistas. Se vienen bloqueos en masa» o indignación: «¿Sabéis que es el único partido que no hace mención a la industria en su programa electoral? Imaginad lo mucho que lo apoyan».

El videojuego había sucumbido al debate político. Partidarios y detractores del mensaje se enzarzaron en una discusión estéril que solo sirvió para dañar la ya maltrecha a veces imagen de esta industria en lo que respecta a unidad y coherencia. Arturo Monedero, vicepresidente de AEVI, respondió públicamente ante la controversia que se había generado con el siguiente comunicado:

Primero, quisiera agradecer la presencia de todos los desarrolladores/as que han venido a la asamblea que hemos convocado hoy de forma urgente en la Madrid Games Week. Es difícil explicar por aquí todo lo que se ha hablado y debatido. Creo que hemos demostrado ser una industria madura, que razona y con puntos de vista diversos. Los matices nos diferencian y eso nos hace ser mejores. Yo, como cada uno de vosotros/as tengo mis ideales políticos, mis principios y mis valores. Creo que los videojuegos son industria, y también creo que los videojuegos son cultura. Tanto la industria como la cultura son política, lo queramos o no. Y como creadores que somos, nuestras obras estan cargadas de mensajes. Por lo tanto, sí creo que tenemos que posicionarnos y defender lo nuestro. También creo, que una asociación como AEVI existe para proteger a la industria con un objetivo claro: hacer llegar nuestro mensaje a los políticos que sí pueden cambiar nuestra situación. Y para que no quede dudas, la industria la creamos las personas, no las compañías.

Respecto a la polémica del tweet, creo que se ha hecho mal y pido disculpas por no haber sido capaces de ver la magnitud. No me quiero extender más en esto, echar gasolina al fuego no nos beneficia y creo que tras el error, lo mejor es dejar de dar visibilidad y redirigir esta polémica hacia lo positivo. Soy una persona a la que le gusta buscar soluciones y hacer que el viento sople a nuestro favor. Así que tras el debate que hemos tenido, he presentado una propuesta ante todos los desarrolladores. Crear un «Codigo Ético de la Industria del Videojuego» entre todos nosotros: colectivos y agrupaciones, medios, desarrolladores, distribuidores, académicos y universidades, etc… Un código ético de una industria que recopile los valores, principios y pautas éticas y de conducta que conformarán lo que nosotros, y solo nosotros, queremos ser. Un código/decálogo o guia(como queráis llamarlo) al que acudir cuando se planteen conflictos morales y no sepamos resolverlo.

Yo no estoy capacitado para redactarlo, así que un grupo de trabajo plural y variado debería ser el que marque la línea que defina lo que queremos ser como industria cultural. Para acabar, he planteado si yo era la persona indicada para coordinar esa propuesta, o debo echarme a un lado. La «votación» se ha hecho a mano alzada y mayoritariamente ha sido positiva (lo cual agradezco y me emociona). A partir de aquí,necesitamos reflexionar, y ver cómo podemos estructurar este tema.

Una cosa esta clara, la industria es nuestra, y nosotros decidiremos cómo queremos que sea. Necesitaré ayuda, así que espero teneros cerca.

Arturo.

Y es que el videojuego siempre ha sido política, de lo contrario no tendría sentido. No es posible enarbolar su carácter cultural si omitimos que eso implica una intención comunicativa y una visión ligada a la voz de su autor. Distopías como Metal Gear contienen una enorme carga ideológica, pero también Bioshock y la influencia del objetivismo de Ayn Rand (autora de referencia para políticos como Donald Trump) o incluso Dark Souls, como bien apunta Jim Sterling. Al igual que nosotros no somos asépticos en aspectos de nuestra vida que nos importan profundamente como la defensa de los derechos sociales, no podemos exigir que los juegos sean ajenos a esta realidad. En sus mundos de fantasía hay espacio para plantear discursos que señalan a nuestro contexto y conectan con su universo.

Vivimos en tiempos de una enorme polarización en las opiniones. La inmediatez de las redes sociales se ha impuesto al sosiego o la reflexión, algo que la propia sociedad maneja como una peligrosa herramienta de control. Se alude a los sentimientos, a nuestra parte más visceral que tiende a provocar una reacción inmediata y desmedida. La frustración, la impotencia y el descontento son empleados por partidos políticos, empresas y hasta ‘youtubers’ para segmentar a la población. Cuando la animadversión se une a cualquiera de las variables anteriores, se genera una lucha de ideales en la que no hay nada que perder. En ese mar de cultivo, la política lleva años construyendo un discurso unidireccional que no busca el consenso, sino la discordia. Que AEVI reciba a representantes de grupos políticos con ideas situadas en las antípodas de muchos de nosotros es parte de la responsabilidad de una organización que debe velar por los intereses de todos los agentes que la conforman. No es un compromiso ni un posicionamiento ideológico, sino tender la mano a las distintas formaciones para que conozcan y entiendan por qué deben apostar por esta industria. Si cerramos la vía del diálogo, será difícil intercambiar puntos de vista. ¿Os suena de lo que hablo?

De hecho, el día anterior a la publicación del polémico mensaje, otro político estuvo en el IFEMA conociendo personalmente lo que este sector mueve en nuestro país. Alberto Garzón, coordinador de Izquierda Unida, era fotografiado jugando a Final Fantasy VII Remake y acercándose a iniciativas como el mercadillo solidario. La diferencia radica en que los mensajes se publicaron en su perfil personal y no a través de AEVI, un hecho que a juzgar por las declaraciones de Arturo Monedero lamentan al no haber sabido medir sus consecuencias.

Hay una oportunidad de oro para aprender de esta absurda controversia. Necesitamos un país en el que la política se involucre en el videojuego con planes de desarrollo para fomentar su crecimiento y ayudar a los cientos de estudios que sacrifican todos sus ahorros para dar luz a un juego que, salvo casos contados, es ignorado por las propias instituciones. No es una cuestión de izquierda o derecha, tampoco de posicionamiento político, sino de interés por un medio en el que muchos creemos.

Nuestra voz es la de sus creadores, quienes de forma intencionada o inconsciente, reflejan en sus obras posturas distintas en multitud de ámbitos de nuestra vida cotidiana. AEVI se alza como representante de ellos, por lo que desde la responsabilidad debe seguir apostando por la pluralidad de voces. Dejemos que otros también las escuchen y, quizás, con un poco de suerte logren entender las demandas que tanto se exigen.

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