Life is Strange 2 tiene la mejor escena de sexo de un videojuego
Cuando el primer Life is Strange se dio a conocer al gran público estábamos aún procesando el modelo episódico y narrativo implantado por la ya difunta Telltale Games. Dontnod Entertainment, el estudio responsable, había dado luz a una obra que suponía un soplo de aire fresco donde el foco no se situaba en la toma de decisiones, sino en los comportamientos que las suscitan. La química entre Max y Chloe, así como la melancólica atmósfera de la que se servía lo convirtieron en poco tiempo en un título de culto. Es por eso que el anuncio de una segunda entrega con la que apenas comparte ciertos guiños a su universo generó incertidumbres sobre la forma en la que se abordaría. Before the Storm, desarrollado por Deck Nine, sirvió para saciar a los seguidores a la espera de la verdadera consolidación de la fórmula pese a que volvía a lugares comunes en lugar de dar un paso al frente.
El acercamiento a Life is Strange 2 que fue Captain Spirit ayudó a comprender cuál era la titánica tarea que el estudio francés tenía entre manos. Más adelante llegaría el comienzo de una nueva historia que sigue la travesía de dos hermanos hacia Puerto Lobos, un pueblo de México. Ya os comenté en el podcast mis sensaciones jugando a este primer episodio y el horizonte que entonces se divisaba en el futuro de la saga. Habían logrado capturar la esencia, todo aquello que hizo grande a la entrega original sin necesidad de recurrir a recursos ya gastados. Con el segundo capítulo se confirmó la tendencia. Desde Square Enix se han preocupado en construir una marca que supera la trascendencia de sus propios personajes. Su éxito reside en la sensibilidad con la que refleja temas de nuestra vida cotidiana junto a un componente fantástico que acentúa el peso de los mensajes.
El episodio 3 llamado Wastelands es un revulsivo a las ideas que se habían explorado en los anteriores con mayor énfasis en la evolución personal de los dos hermanos. Si con anterioridad se había coqueteado con problemáticas como la brutalidad policial o el racismo de la sociedad americana, en esta ocasión hay espacio para tratar la sexualidad, la familia, la legalización de las drogas o los prejuicios sociales. El abanico de posibilidades sigue creciendo con un tratamiento ejemplar de cada uno de ellos.
Sean acapara en esta ocasión gran parte del protagonismo en la representación de una adolescencia compleja, pues se enfrenta a los miedos propios de una edad en la que debe revalidar su propia identidad a la vez que actúa como un padre para Daniel. Esa dualidad conllevará tomar decisiones difíciles que afectarán al comportamiento del pequeño. Sin ánimos de contar más de lo necesario, los hechos nos llevan a convivir en el bosque junto a otras personas también marginadas por el sistema. A través de ellos, el adolescente ampliará su mente planteándose nuevas posturas y forjando relaciones que le marcarán para siempre.
Life is Strange 2 no ha hecho más que crecer desde su primer episodio. Si entonces aún tenía dudas sobre cómo abordaría la premisa que planteaba, en estos momentos tengo la convicción de que ha sabido crecer con cada capítulo. El equipo responsable contaba en una entrevista que la principal diferencia entre Max y Daniel reside en las respuestas que generan sus poderes en el jugador cuando toma decisiones. Mientras que la primera gracias a la posibilidad de rebobinar en el tiempo no tenía consecuencias a corto plazo, con el chico cada efecto es inmediato. Eso hace que midamos la gravedad de las acciones antes de inclinarnos por una elección. Y ahí entra en juego Sean como hermano mayor, ya que para el relato el factor sobrenatural se presenta con la mera finalidad de reflejar la responsabilidad que conlleva.
El mayor descubrimiento del joven lo lleva a cabo sobre sí mismo en el seno de la comuna donde vive hasta poder proseguir su viaje. Con ellos se ahonda en aspectos como la libertad sexual con una sensibilidad pocas veces vista en el medio. Aunque la tendencia está empezando a revertirse, en muchos juegos el sexo sigue siendo una moneda de cambio que se emplea como recompensa para el jugador en función de las decisiones que escoja. Es un premio que puede desbloquear sin que entrañe ningún tipo de implicación emocional. Es por eso que la trascendencia de Life is Strange 2 es aún mayor. En la catarsis que supone definir su propia identidad como adolescente, Sean tiene una relación íntima. La escena está cargada de una belleza cándida que muestra la torpeza de la primera vez, donde es la chica quien toma la iniciativa.
La virginidad no es un tabú y se trata con una elegancia que debería servir de ejemplo para muchos estudios de videojuegos. En dicho momento el joven se muestra inseguro, pero consciente de lo que está a punto de suceder. No se siente presionado por la situación, sino que ha tomado sus propias decisiones. El consentimiento entre ambas partes -ella llega a preguntarle si está convencido de hacerlo hasta en tres ocasiones- pone de manifiesto unos valores que ojalá calasen en la juventud.
La complicidad entre ambos es evidente desde el primer instante. El brillo en sus ojos se acentúa con cada conversación y la preocupación que sienten el uno del otro sobre qué les deparará el futuro pone de relieve el afecto mutuo que se profesan. Desprovistos de ropa en la penumbra de su tienda de campaña, Sean se lamenta por no haber sabido complacer a su compañera durante el acto sexual. Ella ríe risueña mientras rodea con sus brazos al chico en actitud comprensiva. Durante la secuencia intenté recordar sin éxito las ocasiones en las que hemos visto una situación similar en los videojuegos. Aquí el protagonista no es un héroe experimentado, tiene momentos de vacilación y se muestra inseguro. Tras aquello no pude más que aplaudir a la pantalla. Nos merecemos más experiencias así en el medio.
En Dontnod Entertainment no han desaprovechado la ocasión para brindar otras posibilidades durante el episodio. En función de las respuestas que hayamos elegido, podremos establecer vínculos más estrechos con Finn, uno de los jóvenes con los que ambos hermanos comparten su día a día. Él será quien le haga plantearse por primera vez si le gustan los chicos o las chicas, además de cuestionarse las encorsetadas etiquetas que se asocian a cada orientación sexual.
– Somos muy abiertos. Tírate a quien quieras… o no, nadie te obliga a nada si no quieres. Nos la suda el sistema establecido. Las reglas las hacemos nosotros.
– Yo… no me lo había planteado. La gente puede hacer lo que quiera siempre que no molesten a nadie.
– Ahora sabes por qué estamos aquí. Aquí podemos ser nosotros mismos. Nadie me dice a quién se la tengo que chupar. Así es la puta libertad.
Sin embargo, se ha perdido la oportunidad de llevarlo un paso más allá. Si el primer juego fue tan relevante se debió en gran medida a su honesta representación de las personas LGTBI. Se convirtió en un escenario para hablar de cuestiones que hasta entonces ningún título aupado por una editora tan grande como Square Enix se había atrevido a llevar a primera plana. En un artículo sobre The Last of Us 2 lamentaba cómo aún siguen faltando personajes en los que cualquiera pueda verse reflejado, sentir que no está solo y encontrar en ellos la inspiración necesaria para aceptarse. El flechazo entre Max y Chloe hizo mucho bien en este sentido, algo que no se ha repetido.
Comprendo que el tema central de esta historia es la huida hacia adelante de los dos hermanos, por lo que no puede aparecer representado con la misma intensidad que tan bien recordamos. El problema es cuando comparamos la escena entre Sean y Cassidy con la que tiene con Finn. Si intimamos con él solo asistimos a una breve secuencia en la que ambos se dan un beso. Es cierto que tanto en los diálogos como en los gestos que tienen durante la conversación (¡ay, ese brazo sujetando su pierna!) consiguen que conectemos con lo que empieza a brotar en ellos. Al fin y al cabo la consecución de estas acciones no tiene por qué acabar en la cama, pues de esa forma estaríamos reduciendo el amor adolescente a solo el momento del coito.
El debate se origina en la manera en la que se accede a esa ruta. Para lograr el ansiado beso entre los chicos debemos aceptar una proposición ilegal que Finn nos propone en relación a los sucesos de la trama. Esto deriva en un dilema moral que se entrelaza con el afectivo. ¿Por qué para que se produzca la relación homosexual hay que hacer algo prohibido e inaceptable en lo ético que pone en peligro a los propios personajes? En esta disyuntiva Cassidy se posiciona precisamente en el lado opuesto y nos juzgará con desaprobación si aceptamos.
Pese a todo, este supone un pequeño resbalón en una de las propuestas más reconfortantes para quien busque un juego que incide en las personas, en sus vicisitudes y las relaciones afectivas. La compañía francesa se erige como gran conocedora de la mente adolescente mostrando sus diatribas, contradicciones y primeros pasos en un mundo que les resulta extraño. En ese camino pedregoso que todos atravesamos hay que alabar la audacia con la que expone las vulnerabilidades que quedan al descubierto al compartir tu intimidad con otra persona.
A la espera del cuarto episodio, es doloroso comprobar cómo a nivel mediático y en ventas no está gozando del reconocimiento que sí tuvo el primer Life is Strange. En Dontnod han demostrado que no necesitan contar la misma historia para emocionar a los jugadores que se han acercado a la odisea de Sean y Daniel. Aún faltan dos capítulos para cerrar la temporada, por lo que es pronto para valorar si está por encima de su predecesor, pero no me cabe duda de que al menos ha sido capaz de estar a la altura sin ningún tipo de complejo. Desearía que todo el mundo jugase a este título dejándose seducir por su honesta premisa. Lo necesitamos.
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