Coffee Talk, cuando una conversación salva el mundo

El olor del café es lo más cercano a la sublimación del alma. Su agresivo aroma al acercar la nariz a los granos tostados genera una sacudida que paraliza todo mi organismo. Confieso que durante una época de mi vida ha sido mi sustento, la motivación por la que aceptaba complaciente el paso de las horas. La solemne ceremonia de preparar el agua, calentar el aparato y escuchar el soniquete que presagia su final la llevo ejerciendo rigurosamente cada mañana y tarde desde los quince años. A mí me gusta solo, pero no discrimino ninguna de sus variantes. Los adoradores de esta bella bebida sabemos que en su elaboración radica un intrincado ritual que responde, de hecho, a parte de su encanto. Las posibilidades son infinitas y los sabores, también.

Ya sea en cafetera italiana, de filtro, cápsulas o espresso, el gesto de inclinar la taza caliente hasta mojar los labios suscita una sensación indescriptible. Es entonces cuando se entrelaza lo mundano con lo divino y comprendo que muchas de las conversaciones más valiosas que he mantenido han sido con un café en las manos. He sido testigo de charlas fascinantes, me he enamorado, he llorado y he afrontado situaciones traumáticas que sigo arrastrando. Todo ello mientras el vaho del ardiente líquido empañaba los cristales de mis gafas.

Aunque pudiese parecerlo, no es mi intención hacer una disertación sobre las maravillas del café. En su lugar, quizás tenga más valor apreciar la rutina que lo acompaña y por la cual he querido comenzar así. Pese a que mis desventuras frente al micrófono hagan pensar a quienes no me conocen de lo contrario, se me da mejor escuchar que compartir mis confesiones con otros. Cuando eres una persona introvertida aprendes desde pequeño que el silencio es un valioso compañero que te acompañará durante el resto de tus días. Madurar con él es una tarea ardua, constante y no siempre placentera por sus habituales desplantes pero, como en toda lucha de fuerzas, gana quien conoce las normas de su juego.

La diligencia con la que escucho a mi interlocutor nace de una profunda necesidad de sobrevivir en este tipo de ambientes sociales. Supongo que aprendí a respetar al silencio. No soy un gran consejero en lo que respecta a cuitas amorosas o problemas personales, pero reconozco que siento una tremenda satisfacción -y, por ende, un placer egoísta- cuando la otra persona me ha considerado lo suficientemente válido como para convertirme en su confidente. Es un intercambio de energías que requiere de atención y complicidad entre ambas partes. Sabes que estás en el entorno adecuado cuando lo que cuentas le importa a quienes tienes cerca y no cambian de tema de conversación. Esta obviedad enlaza con el sentido de permanencia a un grupo y a la socialización que, incluso para los tímidos, es un componente inherente a nuestra condición humana.

Hay algo en Coffee Talk que hace que conecte con dicha idea. Este pequeño juego indonesio se publicó a principios de año con la premisa de ser una novela visual donde nuestra interacción como jugadores se reduce a encarnar el rol de un barista que atiende las peticiones de los clientes que transitan su cafetería. Mientras servimos la bebida, ellos nos relatan sus problemas, desencuentros o retazos de vidas ante las que nosotros solo podemos escuchar con suma atención. La particularidad radica en que la historia se enmarca en un mundo habitado por criaturas fantásticas cuyas vicisitudes paradójicamente no se diferencian tanto de las nuestras. Elfos, vampiros, orcos, humanos, extraterrestres… personajes de lo más variopintos pasarán por el lugar y a medida que lo hacen, nuestros vínculos con ellos irá aumentando. Nos implicamos en sus historias porque sentimos que son como viejos conocidos con los que vuelves a reencontrarte años más tarde.

En el juego se dan las condiciones adecuadas para que se produzca ese clima. Cada noche se ilumina el cartel de neón y comienzan a desfilar seres que se sientan frente a la barra con la esperanza de mitigar las penas al calor de una bebida mientras el repiqueteo de la lluvia golpea los cristales. La música invade el local, compuesta por melodías enmarcadas dentro del lofi hip hop que tan popular se ha vuelto por ser la mejor anestesia para una generación que convive a diario con la ansiedad (todos hemos pasado por aquí). Ellos se sienten seguros ahí dentro, al abrigo de nuestra atenta mirada que no juzga y solo escucha con inusitada atención. Sus testimonios suenan intrascendentes, pero seducen porque en ellos hay rasgos que irremediablemente nos evocan a nosotros mismos.

El racismo, el impetuoso amor de juventud, la presión creativa del artista o la paternidad se presentan como dilemas que atenazan a sus protagonistas sin importar raza (alienígena incluida) o contexto. Es ese ramillete de temas sociales el que da sentido a un título que sirve para manifestar dos verdades igual de meritorias: que no estamos solos y, más importante aún, que escuchar es un acto terapéutico que practicamos menos de lo que deberíamos.

Los grandes conflictos que asolan al mundo se solucionarían si la inteligencia emocional fuese un valor en alza. Hay un rastro invisible que nos une como sociedad, constantes que están en todas partes con solo levantar la vista pero que el ruido de nuestra propio entorno distorsiona hasta hacerlo imperceptible. Coffee Talk no pone el listón tan alto, pero sirve para al menos durante unas horas reencontrarme en la intimidad de sus charlas con aquello que cada vez parece más lejano. Es curioso que en tiempos de pandemia no ha cambiado casi nada. La tiranía de la imagen que marca las pautas de las redes sociales sigue dominando el discurso. La comunicación hace tiempo que sucumbió a la inmediatez del ‘like’ y estamos poco dispuestos a escuchar historias ajenas con tal de que otros reaccionen a las nuestras.

Como toda novela visual, las mecánicas jugables son bien escasas. Apenas podemos atender a las peticiones de los clientes seleccionando entre una limitada variedad de ingredientes. En caso de equivocarnos, algunos hechos ocurrirán de manera diferente. Sin embargo, no hay una penalización ni pantalla que indique el final de la partida. Somos agentes pasivos en un lugar que parece congelado en el tiempo, ajenos a lo que sucede en el exterior. El sentido de urgencia se detiene y solo importan las palabras. ¿No es eso acaso suficiente?

Coffee Talk es un refugio para las almas errantes que buscan mediante la compañía y una taza caliente comprender el mundo. Allí regresaré cada cierto tiempo porque es de esos pequeños placeres que hacen la vida un poco más asumible. Si tú también te animas, puedes hacerlo en PC, Switch, PS4 y Xbox One (incluido en Games with Gold).

A este café invita la casa.

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