Crítica de Kingsglaive: Final Fantasy XV

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En la actualidad existen pocas sagas de videojuegos tan longevas y reconocidas como Final Fantasy. Desde su primera entrega en 1987 ya supera los 100 millones de unidades vendidas y se compone de más de 50 títulos que abarcan todo tipo de géneros. Se trata de una franquicia en constante evolución que con cada nueva entrega introduce mecánicas y experiencias distintas sin renunciar a sus elementos más significativos.

Por ello, que Squaresoft diera el salto al mundo del cine con Final Fantasy: La Fuerza Interior fue recibido por la industria como un movimiento de lo más natural. Y es que la narrativa de la saga bebe de elementos propios del cine tanto en su narrativa como desde un punto de vista estilístico mediante planos que dan protagonismo absoluto a las acciones y expresiones de sus personajes. Sin embargo, su estreno en la gran pantalla fue un absoluto desastre por prescindir de todo aquello que encumbró a Final Fantasy en el Olimpo de los videojuegos. Tal descalabro tuvo consecuencias sonadas como la salida de Sakaguchi de la compañía y la fusión de Squaresoft con Enix, pero sin duda supuso un punto de inflexión para una gran empresa que tenía por delante el duro trabajo de reencontrarse con su obra, de iniciar un largo viaje con la búsqueda de su propia identidad como fin.

En este punto, el segundo intento de llegar a las salas con Advent Children puede considerarse una mirada al pasado donde hubo pocos riesgos y demasiado reclamo para el jugador habitual de Final Fantasy. Una vez más Square Enix erraba en su intento de crear una obra audiovisual con la suficiente consistencia como para no recurrir al medio que vio nacer la saga. Y es que Advent Children no tiene demasiado valor cinematográfico, para ser sinceros.

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La franquicia lleva años navegando entre la vieja guardia que apuesta por las mecánicas de sus orígenes y la tarea de renovar sus cimientos tras años de continua exposición. Dos posturas antagónicas, pero no imposibles de conjugar. Con esta premisa nace Final Fantasy XV y un universo en el que lo viejo y lo nuevo confluyen con aparente sencillez. Su estreno viene precedido de Kingsglaive: FF XV, una película que supone la tercera incursión seria de Square Enix en el campo cinematográfico. ¿Ha conseguido la compañía crear un producto consistente y a la altura de su nombre? En parte sí.

La cinta ahonda en los acontecimientos que desembocan en el inicio de Final Fantasy XV, por tanto su importancia en el argumento del juego es crucial y su coherencia narrativa como obra independiente es uno de los elementos que más preocupaban. Sin embargo, aquellos espectadores que no estén familiarizados con los videojuegos no encontrarán una puerta de entrada demasiado compleja para disfrutar de la película. El guion maneja con solvencia los conceptos propios de este universo fantástico a la vez que alterna escenas de acción con intrigas políticas en sus casi dos horas de metraje.

Sin embargo, las comparaciones con Advent Children van más allá de compartir equipo de producción y director. Es difícil no sentir por momentos que estamos ante una gran cinemática a la que se le ha intentado dotar de coherencia interna. Y es que el principal problema de Kingsglaive está en la sala de montaje, hasta el punto de que resulta absurdo que cada escena esté encadenada con la siguiente mediante fundidos. Se trata de un error que un buen equipo de realización conocedor de este medio -y por tanto capaz de discernir sus diferencias respecto a lo que es un videojuego- podría haber solventado, así como el irregular ritmo de la cinta y la presentación de ciertos personajes con los que resulta imposible llegar a empatizar.

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Los hechos se desarrollan en una historia demasiado abierta en la cual el arco argumental de sus protagonistas queda desdibujado en pos de mostrar continua información en pantalla. Sin ahondar en detalles, la trama nos sitúa en el reino mágico de Lucis que está protegido por un cristal sagrado y la amenaza que supone el imperio de Niflheim por lograr tenerlo en su poder. Tanto el argumento como todo lo que rodea a la película es en ocasiones tan denso que la presencia de las escenas se diluye.

Por suerte no todo es negativo en la obra. Hay que valorar el justo sentido de la épica que se aplica en toda la cinta, nada desmesurada y calculada para causar el efecto necesario en el espectador. De la misma forma, el plano técnico es sobresaliente con modelados expresivos y escenas en las que tanto el entorno como el uso de la iluminación crean postales en movimiento que combinadas con la excelente banda sonora de Yoko Shimomura elevan el plano audiovisual al más alto nivel.

luna

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